La médica Beldina Gikundi reza cada día para que las mujeres somalíes que empiezan el trabajo de parto en el campamento de refugiados de Dadaab, el más grande del mundo, no tengan complicaciones.
Un parto complicado podría requerir una cesárea, y Gikundi sabe que por las tradiciones culturales somalíes ella y sus colegas del hospital Hagadera probablemente no puedan operar inmediatamente para salvar a esas mujeres y a sus bebés.
“Las mujeres somalíes tienen a personas específicas que deben dar el consentimiento antes de iniciar el procedimiento”, explicó.
Gikundi dijo a IPS que, según la cultura somalí, quien debe dar ese consentimiento es el suegro de la mujer y, si él no está disponible, el esposo.
La mayoría de los refugiados en Dadaab son mujeres, y sus maridos y demás varones de las familias se quedaron en sus aldeas para proteger sus pertenencias, o estaban trabajando en Mogadiscio, la capital de Somalia, cuando se desató la hambruna y sus familias se vieron obligadas a escapar.
En muchas ocasiones, el hospital Hagadera tiene que enviar personal a Mogadiscio o a las aldeas del sur somalí a buscar a los suegros o esposos de las pacientes, relató Gikundi.
“Por eso muchas mujeres soportan trabajos de parto de dos o más días hasta que encontramos a la persona indicada para dar el consentimiento previo” a la cesárea, explicó.
“Perdimos bebés por trabajos de parto prolongados. De no haber sido por estas creencias, habríamos salvado esas vidas”, señaló Gikundi, que está a cargo de la maternidad del hospital.
Según ella, cada día entre tres y cinco mujeres inician su trabajo de parto allí.
El hospital Hagadera está dentro del campamento de refugiados de Dadaab, en el nororiente de Kenia.
Este campamento, el más grande del mundo, se divide en tres: Ifo, Dagahaley y Hagadera.
Aquí viven unos 440.000 refugiados, principalmente somalíes, que huyeron de la sequía y la hambruna que padecían en su país. Según la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), 70.000 personas huyeron de Somalia a Dadaab en junio y julio, y en agosto llegaban 1.500 por día, aunque el flujo se ha reducido un poco en las últimas semanas.
El hospital Hagadera es administrado por la organización no gubernamental International Rescue Committee y tiene 120 camas. Brinda servicios de internación y de policlínicas y cuenta con un quirófano para emergencias que funciona las 24 horas.
Pese a esto, las mujeres somalíes cuyos partos se complican siguen en peligro.
Además de perder a los bebés, dijo Gikundi, las mujeres corren alto riesgo de desarrollar fístula obstétrica o vesicovaginal, una dolencia que impide controlar los esfínteres. A menudo las comunidades y familias estigmatizan a quienes la padecen.
“Operamos en promedio tres casos de fístula vesicovaginal cada mes, lo que es una proporción muy alta”, señaló.
Ann Burton, alta funcionaria de salud pública para Acnur en Dadaab, destacó que “la demora en buscar atención para las complicaciones vinculadas al embarazo y la demora en obtener el consentimiento para procedimientos como las cesáreas, entre otros motivos, han obstaculizado el avance en la reducción de la mortalidad y morbilidad materna entre las refugiadas” de ese campamento.
Entre enero y julio fallecieron 14 mujeres en labores de parto en Dadaab, dijo.
“Es muy triste. Ninguna mujer debería morir por dar a luz”, dijo Burton.
Otros problemas de salud materna son la práctica de la mutilación genital femenina y el casi inexistente uso de métodos anticonceptivos.
Según expertos en salud pública de Acnur, casi todas las somalíes refugiadas en Dadaab se sometieron a la mutilación de sus genitales.
Las mujeres que pasan por ese procedimiento “tienen el doble de probabilidades de morir durante el parto y son más propensas a dar a luz a un niño muerto que otras mujeres”, explicó el ginecólogo Joseph Karanja, de Nairobi.
Hadija Mohammad, experta en nutrición infantil en el hospital Hagadera, dijo que muchas somalíes creen que la planificación familiar va en contra de su religión.
“Pero la verdad es que el Islam claramente la permite”, señaló Mohammad.
Muchas también creen, equivocadamente, que el uso de anticonceptivos causa infertilidad y otras complicaciones a la salud, agregó.
Una encuesta efectuada en julio por Acnur concluyó que el uso de anticonceptivos entre las refugiadas en Ifo, Dagahaley y Hagadera era de dos, tres y uno por ciento respectivamente.
A consecuencia, la fertilidad es alarmantemente alta. “No tengo estadísticas precisas, pero es probable que las mujeres del campamento tengan más de nueve hijos en promedio”, dijo Gikundi.
Pese a todo, según Acnur hay una alta concurrencia a las clínicas de cuidados prenatales.
“Entre enero y julio, 95 por ciento de todas las embarazadas en Ifo y Hagadera asistieron cuatro veces a clínicas prenatales durante sus embarazos, tal como recomienda la Organización Mundial de la Salud”, dijo Burton.
Y entre 84 y 94 por ciento de las mujeres que dieron a luz en Dadaab entre enero y julio lo hicieron con atención de personal de salud.
Gikundi dijo que el hospital cuenta con un servicio de ambulancia las 24 horas para transportar a las embarazadas.
“Tenemos asimismo informantes, que son como trabajadores comunitarios de salud, que controlan a las embarazadas, recordándoles la importancia de concurrir a la consulta prenatal, y piden la ambulancia si hay complicaciones”, explicó.(FIN/2011)
Fuente: ipsnoticias.net
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